...en los museos no se intenta retratar una verdad, sino abrirse a múltiples verdades, y el fin mayor debe ser siempre dar la palabra a diversidad de voces…Porque los museos no son para exaltar a la nación ni para embellecer el paisaje, son para trascender en las personas y la sociedad
Visitando nuevas ciudades y poblados en estos últimos días, he podido ver paisajes de postal, escenas dignas de ser retratadas, espacios culturales y naturales hermosos… Esta suele ser la constante cuando uno viaja por turismo.
Pero en medio de todo este paisaje alegre, calles coloridas y gente amable, también podemos encontrarnos con la verdad. Y no me refiero a la verdad de una calle sucia, una persona descortés, o un servicio turístico-cultural deficiente.
Me refiero a las verdades más duras, que por lo general tratamos de esconder debajo de la alfombra para que cuando la gente venga a nuestra ciudad (cualquiera que esta sea), no pueda verla.
Resulta que en Medellín nada se esconde. Si bien es cierto que cada rincón que visité de la ciudad, no fue, sino una satisfacción tras otra (por ejemplo el Museo de Antioquia, el Metro de Medellín, el Parque Explora y otros), también en uno de aquellos rincones me encontré con la dura historia y la difícil realidad que ha vivido Medellín, y que es contada por ellos mismos para que nada se le escape a la memoria.
Se trata del Museo Casa de la Memoria, donde se cuenta de forma frontal, pero con excelentes recursos museográficos y didácticos, un relato nada fácil de abordar. Historias de violencia, homicidios, discriminación y heridas sociales, son relatadas desde voces diversas en un espacio aparentemente pequeño, pero en el cual uno puede pasar horas sin darse cuenta.
Con la piel erizada, la semana pasada visité esta muestra llamada “Medellín: memorias, violencia y resistencia”, en museo donde todos tienen voz, y la historia es contada desde muchas perspectivas:
Un escalofrío recorre el cuerpo, al leer un panel donde se ven las definiciones que hacen los niños de palabras como amor, misterio, instante y muerte.
Testimonios de líderes, víctimas, políticos y ciudadanos, son mostrados en pantallas tan grandes, que nos permiten ponernos de pie frente a las personas que relatan sus historias, mientras las vemos y las escuchamos vívidamente.
Demostraciones de resistencia a través de la pintura, el video y la música hablan de una población sensible y preparada para seguir construyendo la paz.
Datos de violencia, muerte y esperanza en el territorio, nos dejan ver las mejoras, también nos estremecen, y a la vez permiten que el visitante registre sus propias memorias positivas y negativas en puntos geográficos de la ciudad.
Sutiles y simbólicos recursos visuales rememoran y empoderan a mujeres, pueblos indígenas, académicos, campesinos, familias, y tantos otros que han sido violentados por el conflicto.
Una historia, que son miles de historias, y que se cuentan simultáneamente por todos y para todos, porque en medio de un paisaje alentador, en esa ciudad hermosa de hoy, donde definitivamente dan ganas de quedarse a vivir, nadie quiere esconder una verdad que sigue latente y que se sigue curando. Nadie quiere dejar la memoria enterrada, de modo que sea el pueblo quien, a sabiendas de su realidad, no permita que le sigan quitando la paz, y para que la memoria de esta cruda violencia y de las formas de resistencia, sean el motor que haga que el paisaje actual se vuelva cada vez más alentador.
Por eso en los museos se cuentan historias, no se intenta retratar una verdad, sino abrirse a múltiples verdades, y el fin mayor debe ser siempre dar la palabra a diversidad de voces…
Porque los museos no son para exaltar a la nación ni para embellecer el paisaje, son para trascender en las personas y la sociedad tal como el Museo Casa de la Memoria lo hace en cada uno de sus visitantes… tal como me pasó a mi en aquel museo hace pocos días.