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  • María Gabriela Mena G.

Historias de papel y (a veces) de temor...

A quién no le gusta sentir el olor del papel, palpar la textura de una página reseca entre los dedos, mirar como las letras casi se desprenden del documento por el relieve de las tintas. ¿No creen ustedes que es todo un privilegio poder estar cerca de un documento que lleva tantas historias entre sus fibras, que da cuenta de momentos únicos y trascendentes de nuestra historia y que lleva impregnadas las huellas digitales de nuestros antecesores?

 
Exposición "Detrás del Papel" - Quito

Hace poco abrí mis cajas de tesoros queriendo traer al presente memorias de otros tiempos. La mayoría de tesoros encontrados en mis viejas cajas de zapatos fueron documentos. Todos de un incalculable valor: cartas, dibujos, impresiones, que daban cuenta de mis años de colegio.

Frente a estos tesoros me quedé pensando en que el papel es capaz de guardar muchas cosas, de registrar cientos de historias que de no ser plasmadas en papel, quedarían olvidadas para siempre. Y aunque tomé fotos de estos documentos para compartirlos digitalmente con mis amigas, fui incapaz de deshacerme de tantos y tantos papeles, ya que cada elemento material: como el color amarillento, las texturas de dobleces perfectamente marcados y los olores del pasado, tienen para mi tanto valor como la información que allí se contiene.


Tal vez por esa razón creo que puede ser posible temerle un poco al papel. Es que destruir por casualidad un documento original, implica destruir no solo su información, sino también borrar ese espíritu impregnado por las personas que lo crearon, que lo leyeron o que lo usaron.


Cuando me formaba como restauradora de bienes culturales, me encantó la idea de poder convertirme en especialista de restauración de documentos. No hace falta decir que eso no ocurrió y en lugar de aquello me especialicé en museos, sin embargo, hoy me dieron ganas de recordar aquellos tiempos en los que el papel llamó mi atención.


Pensaba que el trabajo de hormiga para revivir una pieza documental histórica sería algo invaluable, pero antes de que mi sueño se haga realidad, llegó ese semestre en que recibiría la materia de restauración de documentos. Hasta el día de hoy no puedo olvidar la primera clase en la que la maestra nos advertía sobre el riesgo de intervenir documentos, y nos contó la historia de aquel restaurador, quien al querer lavar un acta histórica muy importante, vio cómo frente a sus ojos la tinta se corría y toda la información desaparecía casi sin dejar rastro.


Nos advirtió así, el riesgo que implica restaurar documentos, ya que existe la posibilidad de, literalmente, borrar la historia…


Yo quedé aterrorizada y mi fascinación se convirtió en temor, ya no sentía que sería una opción especializarme en esa área, por la preocupación de ser la culpable de quitarle algunos capítulos a la historia.


Por suerte no todos los restauradores terminaron aterrorizados, y así es que existen varios profesionales especializados en la restauración de documentos, quienes son los responsables de que estos tesoros perduren en el tiempo, de que podamos encontrarlos exhibidos en museos, o disponibles en archivos y bibliotecas para consulta.


Porque además de conservar su información, que hoy en día puede ser fácilmente digitalizada, ¿no creen ustedes que es todo un privilegio poder estar cerca de un documento que lleva tantas historias entre sus fibras, que da cuenta de momentos únicos y trascendentes de nuestra historia y que lleva impregnadas las huellas digitales de nuestros antecesores?


Indudablemente es un honor poder conocer los manuscritos originales de los viajes de Humboldt del siglo XIX, o un libro coral del siglo XVIII, imaginen tener cerca los planos de la ciudad trazados en el siglo XVII, y lo podemos hacer, visitando los museos de nuestra ciudad.


Pero un honor más difícil, ha sido poder acercarse al Acta de Fundación de la ciudad de Quito del siglo XVI, que precisamente en estos días se exhibe en el Museo de la Ciudad. No cabe duda de que hay que ir a verla, porque luego de que fue restaurada, (salvándose de mi más profunda pesadilla de desaparecer), por primera vez se la muestra al público. Y si en siglos no había sido exhibida, quién sabe cuándo vuelva a salir de su encierro para mostrarse esplendorosa ante los curiosos que decidan darse el lujo de conocerla.

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