Nunca imaginé que un viaje por los museos pudiera terminar en un baile por los museos... pero pasó. Y cuando cosas así ocurren, no puedo dejar de sentir una gran emoción al constatar, una vez más, que visitando una exposición, es posible transportarse a otros universos que nos hacen sentir cosas que jamás imaginamos...
¡¡¡Así que a bailar!!!
Expectante, todo el público esperaba el inicio del evento de apertura de una exposición muy particular. En realidad, durante la espera no parecía que estaba asistiendo a un evento cultural, puesto que aguardaba en un almacén lleno de tecnologías: celulares y tablets…
Pero allí estaba yo, en la sala anterior al acceso de este espacio escondido de Quito, que silenciosamente ha ido proponiendo interesantes exposiciones en su corto tiempo de existencia. Les hablo del Espacio Fundación Telefónica, uno de los más nuevos centros culturales de la ciudad, donde hace un mes se inauguró su más reciente propuesta expositiva.
Luego de discursos y palabras llenas de emoción, y sin que el telón se abra, los cuerpos de tres mujeres empezaron a circular entre el público hasta invadir el espacio en el que estábamos: la antesala de acceso a la exposición. Las bailarinas se tomaron todo el lugar con sus movimientos conjugados con música, color y texturas. Y así, la danza fue el motor de la apertura de la exposición “La bailarina del futuro”, ya que con la sutileza de un paso de baile, el telón cayó para darnos paso a explorar esta sala llena de sorpresas.
Para introducirnos a este recorrido, las tres bailarinas encarnaron a grandes maestras de la danza, transportándonos a otros tiempos y haciéndonos sentir intensas emociones. En ese momento, tuve la sensación de que aquella noche Josephine Baker con su particular estilo, estaba bailando un Charleston para nosotros, o que entre la vaporosidad y los colores de esas telas que no paraban de girar, se encontraba la mismísima Loie Fuller visitándonos desde otros tiempos con sus movimientos.
Entremezclándome en las transparencias de telas de todos los colores que penden en la sala de exposición, poco a poco pude ir descubriendo historias de mujeres de las que casi no conocía, o que inclusive desconocía por completo. Y mi fascinación iba creciendo conforme encontraba, uno tras otro, elementos que me acercaban a este fantástico universo del movimiento. No solo recursos tecnológicos de punta, sino cada detalle, cada color y hasta el material sobre el que se imprimieron los textos de la exposición (telas delgadas, sutiles y transparentes), que rodean al visitante permitiendo que nos sintamos parte de esta danza.
Esa misma noche, en la inauguración de la exposición “La bailarina del futuro”, tuve la suerte, no solo de vivir esta experiencia sensorial muy emotiva, sino también fui afortunada de realizar un recorrido con el curador de la muestra, quien pronunció una frase de Isadora Duncan que quedó resonando en mi cabeza: “Si supiera cómo decirlo, no necesitaría bailarlo”.
Y aunque el baile nunca ha sido una parte demasiado importante en mi vida, posiblemente porque no he sentido que me conecto con las emociones a través de la danza, quedé totalmente conmovida por estas palabras, tratando así de entender al baile como algo más profundo de lo que nunca pude imaginar. Fue entonces que pensé, que posiblemente por eso, cuando era niña mi mamá me amarcaba abrazándome muy fuerte, y al ritmo de la música dábamos juntas mil vueltas por toda la casa bailando, tal vez, para que yo sienta todo el amor de ella, que con palabras es imposible explicar.
Así, esa noche di vueltas como bailando por toda la exposición, sintiendo el mismo abrazo de mi madre, y tratando de imaginar qué sentimientos que no puedo, o que no me atrevo a expresar con palabras, me gustaría bailarlos para que lleguen a sus destinatarios, volando por los aires.