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  • María Gabriela Mena G.

Un agua que purifica, y otra que no tanto…

Las historias que nos cuenta la ciudad se entrelazan en la memoria. Por ello cuando quiero encontrar la respuesta a preguntas cómo: por qué jugamos Carnaval con agua, traigo a mi mente otras historias de este Quito y me pierdo en el tiempo y el espacio. Hoy me pierdo entre el agua y comparto con ustedes este viaje...


Se acerca el Carnaval y me surgió la duda de porqué esa costumbre tan ecuatoriana de mojarnos en las calles…


Tratando de buscar en mi memoria alguna explicación, lo primero que se me vino a la cabeza es una frase antigua que decía “agua viene, agua va”.


Esta frase nada tiene que ver con el Carnaval, pero simplemente llegó a mi memoria porque hace alusión al agua. Es que algunas veces cuando quiero encontrar la respuesta a este tipo de interrogantes, traigo a mi memoria las cosas que he aprendido en museos, espacios culturales, patrimoniales y demás.


“Agua viene, agua va”, es una frase que aprendí en uno de los recorridos teatralizados de Quito Eterno, en donde, junto con un personaje tradicional, Quito se convierte en un museo vivo. Un lugar que va mostrando las historias que cientos de miles de quiteños han dejando en cada piedra, en cada casa, en cada esquina.


Intentando recordar esas palabras que las escuché por primera vez del Diablo o tal vez de la Beata, quiero relatarles la historia del “agua viene agua va”:

Imaginarán ustedes, que en tiempos de la colonia no existía el alcantarillado ni el agua potable. En las casas tampoco existían baños como los conocemos ahora, en algunos casos tan solo letrinas. Pero lo más cómodo fueron las bacinicas de hierro enlozado que normalmente reposaban bajo la cama esperando ser usadas como un baño, sobre todo por las noches.


Ante esta realidad, las autoridades debían ser claras y categóricas reglamentando el manejo de los residuos sanitarios. La ley decía que las bacinicas llenas de líquido solo podían ser vaciadas por las noches, cuando en las calles no quedaba más que algún alma en pena deambulando.


Pero ni esos pocos noctámbulos quería llevarse la sorpresa de un chorro de agua calientita cayendo sobre su cabeza, así que las reglas decían claramente que las bacinicas podían ser vaciadas desde los balcones, arrojando el líquido con fuerza, pero no sin antes alertar al peatón descuidado gritando: “agua viene, agua va”. Así, el transeúnte despistado, podía ponerse a buen recaudo contra la pared de la casa o bajo el balcón, mientras tanto el líquido caía a la calle esperando que pronto una buena lluvia quiteña se lleve consigo la evidencia.

Esta historia que recordé, no responde a mi pregunta de porqué nos mojamos en Carnaval. Pero no podía dejar de compartirla con ustedes, porque este gran museo que es Quito siempre tiene alguna historia interesante que contar.



De todas maneras, para no quedarme con la duda, me puse a investigar un poquito sobre el Carnaval.


Para muchas culturas el agua purifica, y así lo es para la cultura ancestral andina. Algunos dicen que por eso nos mojamos en Carnaval, para purificarnos. Pero también contaba el historiador Marco Chiriboga Villaquirán, que en tiempos prehispánicos, a la llegada de los equinoccios, los indígenas se golpeaban unos contra otros hasta botar sangre sobre la tierra, esto como un tributo de fertilidad.


Se cree que los españoles a su llegada no aceptaron esta dura tradición. Entonces, para no desaparecerla, la modificaron con una nueva práctica de lanzarse agua unos contra otros con brutalidad y dejarla caer sobre la tierra, generando así, el mismo efecto de tributo de fertilidad. De allí, que podemos pensar que con el paso del tiempo y por la cercanía de la fecha del equinoccio de marzo con el Carnaval, el agua se volvió una tradición carnavalesca en nuestras tierras.



Yo por mi parte, estoy convencida de que el agua purifica, así que este Carnaval, además de darme un saltito por uno que otro museo, voy a inundarme en el patrimonio vivo celebrando esta fiesta como la tradición manda:

¡Mojada hasta las entrañas!

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