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  • María Gabriela Mena G.

Una tarde como cualquier otra...

Podía haber sido una tarde como cualquier otra, pero cuando se cruza un viaje por los museos, las cosas sin duda pueden cambiar...

 
Balcón quiteño - Calles Manabí y Cuenca

Con los caprichos del clima de Quito, hay días en los que uno piensa que es mejor esconderse bajo techo y dejar que la vida pase al exterior al antojo del cielo de la ciudad.


Pero algunas veces, queramos o no, debemos emprender el viaje hacia esos lugares generalmente de trabajo. En mi caso, suele pasar que ese viaje implica ir a recorrer el Centro Histórico, y en el camino encontrarme con algunos museos, en una caminata con grupos de curiosos, que quieren descubrir la ciudad.


Hace unos días, era una esas tardes en las que el cielo anunciaba con su negrura, que una fuerte lluvia se aproxima. Entre unas cuantas gotas llegué al Centro Histórico para rápidamente convertirme en una dama del siglo XVII y salir a las calles.



Casi sin lluvia, pero con la amenaza de las oscuras nubes, llegué a San Francisco. Allí me encontré con un museo que una vez más ha cambiado algunas obras de lugar… Aunque he estado ahí decenas de veces, esta ocasión fue diferente y sobre la marcha tuve que ir descubriendo algunas cosas mientras se las mostraba a un grupo de jóvenes visitantes. Fue en ese momento que sentí que ese día también sería un viaje para mi.


Al salir del convento de San Francisco, parece que la ciudad decidió darnos un regalo, las nubes amenazantes se habían ido dejando al descubierto a la ciudad iluminada por el tenue sol antes de esconderse. Entre el sonido de la construcción, los autos que pasan incesantes y la fuerte música de los locales comerciales, esta dama del siglo XVII pudo transportar a los visitantes a una ciudad de otros tiempos y hacerlos sentir ese Quito especial que existe en cada rincón y que muchas veces olvidamos ver.


Ver a la ciudad no siempre es igual. La vemos con unos ojos cuando vamos apurados a hacer algún trámite. Nos detenemos a contemplarla por un instante cuando queremos mostrarla y presumirla antes visitantes de otras tierras. La vemos sucia y fea cuando andamos con los ojos bien abiertos y nos imaginamos que éste podría ser un lugar mejor. La vemos de tantas formas, que Quito es como muchas ciudades en una sola.


Tras este pequeño recorrido, y ya entrando la noche, decidí intentar ver a Quito de una forma que nunca antes había visto. Así fue que en un pequeño balcón esquinero de la calle Cuenca y con un jarro de té bien caliente en mano, miraba el cacho de luna que caía por el horizonte hacia el occidente, mientras que del otro costado trataba de reconocer en tinieblas las torres y cúpulas que se perfilaban. Desde allí me costó un poco reconocer a mi ciudad, dibujar su forma y nombrar cada iglesia. Es que nunca había visto a Quito desde esa perspectiva, desde aquel balcón. Fue entonces que la ciudad que tan bien conozco y que pensé que podía reconocer hasta con los ojos cerrados, me dio una interesante sorpresa.


En ese momento me di cuenta que viajar por esta ciudad es una aventura y un azar al mismo tiempo. Quito es imposible de ser vista de una sola forma, sus calles, sus plazas y sus museos van mutando frente a cada mirada y con cada segundo que pasa.



...podía haber sido una tarde como cualquier otra, pero al final del viaje supe que fue una tarde especial, esa tarde en la que terminé descubriendo una nueva cara de la ciudad.

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