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  • María Gabriela Mena G.

Entre encuentros y desencuentros me enamoré...

Resulta muy interesante cuando uno se pone a pensar en la primera vez que visitó un lugar. No solo porque trae a la memoria un momento preciso (de hecho ese momento exacto posiblemente nunca llegue a la mente), sino más bien porque el proceso para deshilar un recuerdo está lleno de tantas vivencias, que se terminan tejiendo muchas historias....

 
Balcón quiteño - Calles Manabí y Cuenca

Trataba de pensar en mi historia personal con el Museo de la Ciudad, que en pocos días cumple 19 años. Me resulta imposible recordar cómo fue nuestro primer encuentro, pero seguramente es porque han habido tantos, que las memorias se van diluyendo. Por el momento estoy segura que en 1998, cuando se inauguró, no conocí el museo.


Lo cierto es que con el Museo de la Ciudad he tenido una relación de amor: es decir de encanto y desencanto. Afortunadamente ha sido así, porque caso contrario esta relación sería muy aburrida.


La última vez que fui al museo fue hace una semana, iba para una reunión en el renovado espacio administrativo, y aunque se trataba sólo de una reunión, no pude dejar de sentirme a gusto en este lugar, casi como si de mi casa se tratara, sobre todo cuando al llegar uno encuentra un ambiente de calidez desde la puerta.


Pero recuerdo que esa calidez no la viví siempre. Viene a la memoria por ejemplo, la indignación que sentí hace unos 14 años, cuando se cerró el acceso a la gente que asistía a un concierto de Tecnocumbia. Éste era parte de un proyecto del museo denominado “Divas de la Tecnocumbia”. El concierto fue reubicado en una plaza para evitar la polémica que generó el intentar poner la música popular en un espacio “tan noble” de la cultura quiteña.


Cuando veo al Museo de la Ciudad años atrás, en estos desencuentros (que fueron más que el antes relatado), estoy totalmente segura que esos “experimentos” son la chispa que dio paso a repensar el rol del museo en la ciudad y a buscar estrategias para lograr abrir sus puertas de par en par, aunque el camino de aprendizaje implicó cerrar algunas y polemizar un poco.


Entonces sigo recabando en la memoria, y recuerdo ese museo donde vi al alcalde Moncayo (todo un General) jugando como un niño en las actividades lúdicas totalmente innovadoras, que hace mucho más de una década el museo proponía, siendo una novedad para la ciudad esto de jugar en el museo.


También me veo hace 9 años laborando allí: entre cajas, libros, fotos y planos, para darme cuenta hoy que mi trabajo con la colección Durini siguió su camino hasta convertirse en la exposición soñada, que finalmente se realizó, aunque tardó 7 años en llegar... Y me enorgullece haber trabajado, aunque sea un corto tiempo, en este museo de encantos y desencantos. Un museo que ha producido decenas de exposiciones de altísimo nivel en la ciudad, y que ha recibido innumerables críticas positivas y negativas.


Hace unos años, recuerdo no querer ir al Museo de la Ciudad porque allí es donde ocurrían todos los procesos administrativos y financieros a los que tanto miedo les tuve mientras trabajaba para el Sistema de Museos, pero pese a ello me gustaba, y hasta hoy me gusta cruzar ese portal, porque sé que me encontraré con muchos amigos que allí trabajan, y que ya sea para mi, o para cualquier persona que vaya, hacen que el espacio se sienta como la casa de uno.


Y claro, es el museo de nuestra ciudad, el que nos cuenta sobre nosotros mismos a través de la historia, el que innovó con exposiciones creadas por la comunidad, el que acoge a los vecinos para cultivar una huerta o para hablar de sus historias, y que nos puede invitar un fin de semana simplemente para enseñarnos a coser muñecas de trapo.


Regreso a ver a este museo de nuestra ciudad, que es totalmente nuestro, y veo una institución que se ha arriesgado por ser cada vez mejor, que se equivoca y aprende de sus errores, porque todo el tiempo está repensándose y reinventándose.



Me encantaría que ustedes puedan empezar a construir su propia historia de amor con este espacio, así que no se pierdan de darse una vueltita por el Antiguo Hospital San Juan de Dios que desde hace casi dos décadas es el museo de los quiteños.


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