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  • María Gabriela Mena G.

Esta ciudad que surge de una mezcolanza

Pensando en la ciudad en la que vivo, me doy cuenta que es difícil definirla de una sola forma, es una ciudad llena de sorpresas que se ha alimentado de tantas fuentes a lo largo de los siglos, que hoy es única. Lo importante es reconocer que todos esos aspectos diversos que la conforman es lo que la hace especial...

 
Radio antigua

Hace pocos días estaba en el atrio de la Iglesia de La Compañía, una más de las cientos de veces que he estado ahí, aunque esta vez vi algo que antes no había reconocido. En realidad no lo vi yo, fue una observación de un compañero alemán, quien tras casi un año de estar realizando voluntariado con la Fundación Quito Eterno, ha aprendido mucho sobre Quito y se ha llenado de sus historias para poder contarlas desde su personaje: “Humboldt”.


Este Humboldt moderno, señaló al piso, hacia una de las piedras y me dijo: “mira, parece una piedra inca”. Yo, sin saber bien qué decir, quedé mirando con atención a esa piedra un poco diferente a las demás. Tiendo a ser de las personas que solo se guían por la evidencia científica y jamás había leído algo sobre piedras incas en la Iglesia de La Compañía, pero efectivamente esa piedra era distinta. Parecía tallada de forma intencional para no ser cuadrangular, y tenía una esquina en la que se formaba una especie de L ensanchada. Era una piedra de 6 lados, y en efecto esta característica de tallar las piedras de esa forma, fue una tradición inca.


No podría aseverar que en efecto esta suposición sea real, pero tampoco puedo negarme a la idea. De hecho, no es novedad eso de que somos una ciudad creada a partir del antiguo asentamiento llamado Kitu. Y aunque no tenemos muy claras evidencias de grandes construcciones incas en el Centro Histórico o de poblaciones preincas importantes en esta zona de la ciudad, si tenemos evidencias materiales de grandes asentamientos preincas en Rumipamba, La Florida, Cotocollao. De ese Quito antiguo que está presente en medio de la ciudad moderna.


Además hay una amplia investigación a partir de las crónicas españolas que nos hablan de una ciudad inca asentada en donde hoy se encuentra en el Centro Histórico, principalmente hacia el sector de San Roque, lo que se cree fue el barrio de la nobleza inca. Sin embargo, es totalmente incierta la historia material de una gran capital inca ya que no hay evidencias de templos y palacios, aunque muchos dicen que gran cantidad de piedras incas, de esos supuestas construcciones, se usaron en las bases de iglesias y conventos, así como esa que vi recién en La Compañía, que bien podría ser una piedra que estaba por ahí antes de la llegada de los españoles…


Pero, pese a la incertidumbre de esa historia material, con lo que sí contamos, es con amplia evidencia inmaterial: la de nuestra cultura. Esa que sin lugar a duda nos deja ver que somos una total mezcolanza entre aquello que estuvo asentado aquí antes de 1534 y aquello que llegó supuestamente a imponerse desde entonces, pero que no le quedó más remedio que fusionarse y transformarse para tener cabida en una sociedad ya existente.


Y si no me creen, solo intenten explicar porque honramos con comida a nuestros difuntos el 2 de noviembre, o porqué comemos una sopa llena de granos en tiempos cercanos a la época de cosecha. Traten de descifrar las razones por las que en las fiestas religiosas desfilan diablos huma, capariches y danzantes, o fíjense ustedes en los ingredientes de la tradicional y quiteñísima “caca de perro”: maíz tostado (el grano sagrado de América) cubierto con panela de la caña de azúcar (esa novedad llegada desde España). Y entre yapas, cuicas, achachay, arrarray y amarcar, sientan como el kichwa sigue presente en nuestro lenguaje de forma más viva de lo que creemos.


Porque Quito es una ciudad barroca, barroquísima diría yo, y no precisamente por sus iglesias doradas y su arte colonial, sino más bien por esa mezcolanza de tradiciones, esa riqueza cultural intensamente colorida y fastuosamente decorada. Un revoltijo cultural que está vivo en el día a día de los quiteños, y que convierte a Quito en una ciudad única, y por su puesto, en una barroca ciudad milenaria.



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