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Pequeños privilegios que nos da la vida...

María Gabriela Mena G.

Algunas veces se me presentan oportunidades de acercarme a los bienes culturales de formas poco comunes. Eso me ha llevado a descubrir lo inimaginable, pero también a afinar mi mirada para descubrir cosas únicas cualquiera que sea la perspectiva desde la que esté mirando a mi ciudad...

 
Radio antigua

No es novedad que algunas personas tengan privilegios para conocer lugares especiales de la ciudad. Por ejemplo están los religiosos y religiosas que custodian el patrimonio en conventos e iglesias, quienes tienen la oportunidad de ver de cerca muchas cosas a las que otros no podemos acercarnos. En ciertos lugares de la ciudad, se ha pensado que estos privilegios no pueden ser solo para algunos, y por eso, desde los museos, se abren los recovecos antes prohibidos para la gente, como torres de campanarios, cúpulas, incluso conventos de clausura, y muchos otros.


Sin duda da mucho entusiasmo saber que ya no solo algunos elegidos pueden conocer lugares tan especiales. Pero esos privilegios hay que saber aprovecharlos acercándonos a la oferta cultural de la ciudad. Por ejemplo, yo me consideré una de las privilegiadas, cuando hace algunos meses hice una visita abierta al público con Quito Eterno, a la capilla de Pompeya, que es una bellísima capilla exclusiva de los padres dominicos, donde también puede conocer la capilla del Rosario, igualmente de Santo Domingo, convirtiéndome en una privilegiada por haber decidido ir con la familia a realizar ese recorrido.


Aún así, hay lugares y formas de conocer nuestro patrimonio que solo algunos privilegiados tienen. Eso les pasa a aquellos profesionales dedicados a la restauración de bienes culturales. Yo me formé como museóloga-restauradora, eso me ha permitido acercarme a las obras de arte de una forma única. Y pese a que desde hace unos 8 años ya no he trabajado en grandes proyectos de restauración en el Centro Histórico, aún puedo disfrutar de los privilegios que da esta profesión para acercarse a las obras de arte.


Hace unas semanas fui a visitar a una colega que está realizando un proyecto de restauración en las capillas de Pompeya y El Rosario de la iglesia y convento de Santo Domingo. Aunque, como les conté, ya había tenido el privilegio de visitar esos lugares, sin duda no tuvo nada que ver con la forma en que pude relacionarme con los espacios esta vez.


Resulta que cuando se está restaurando un altar mayor, se arma una plataforma de andamios frente a la obra para poder intervenir el bien en su totalidad: de arriba hacia abajo sin descuidar el más mínimo detalle.


Fue así que pude subir a una torre de andamios de unos 5 pisos llegando al remate del altar mayor de la Capilla del Rosario, una de las capillas laterales de la Iglesia de Santo Domingo, justamente aquella que se ubica sobre el famoso arco de Santo Domingo que se ve desde la plaza.


Ese día pude conocer cada recoveco de este altar. Abrí unas puertas para pasar a la parte posterior en una especie de sacristía abandonada. Salí por otra puerta, encontrándome en un nicho central del altar, de pie en un pedestal donde normalmente se ubica la imagen de la Virgen rodeada de espejos, y claro que no pude dejar de tomar algunas fotos. Seguí subiendo los pisos para encontrarme con detalles tan interesantes como varios candelabros de metal incrustados como parte del retablo a unos 5-6 metros de altura. Y me sigo preguntando cómo sería la logística para colocar las velas y encenderlas en tiempos pasados cuando solo las velas alumbraban el lugar.


Y así, seguí subiendo los pisos, a través de la estructura de andamios colocados delante del retablo, hasta llegar a coronarlo, alcanzando el remate del altar para poder ver la capilla desde lo alto. A su vez, en las alturas descubrí que la última escultura de ese altar mayor es un encantador cordero, que desde abajo no se aprecia con detalle, pero que desde lo alto deja ver su defecto de factura, con unos ojos viscos y la expresión del rostro muy graciosa. Pero ya saben: para qué serviría hacer a la perfección un elemento decorativo que está a 10 metros de altura y que desde abajo se verá hermoso de cualquier manera. Los artistas y artesanos quiteños si que sabían lo que hacían, y cientos de años después nos tienen embelesados con sus obras maestras.


Por eso no me canso de decirles, que no dejen de explorar cada recoveco de la ciudad, de descubrirla desde diversas perspectivas cada vez que puedan. Estos lugares han estado ahí por cientos de años y es muy triste que no todos los conozcamos. Así que estén atentos a los eventos especiales, y también a las aperturas cotidianas y diarias de lugares como los que describo. Y, por supuesto, no dejen de mirar cada detalle de los lugares por los que transitan día a día, porque seguro que se encontrarán con sorpresas de su propia ciudad que jamás habían imaginado.



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