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  • María Gabriela Mena G.

De seres vivos y museos

"Antes de la luz" (1961) Autor: Camilo Egas

Museos...


Cuando pensamos en esta palabrita, a la mayoría de las personas se nos viene a la mente la imagen de los clásicos objetos exhibidos: cuadros, esculturas, vasijas o en general cosas viejas. Por ahí uno que otro trae a la mente un concepto abstracto que tiene que ver con memoria, educación o experiencias, pero es muy poco probable que se nos ocurra pensar en seres vivos...


Sin embargo, entre la gran cantidad de lugares que están considerados como museos, también se encuentran aquellos que guardan colecciones de seres vivos… Si, SERES VIVOS… es decir zoológicos, jardines botánicos, acuarios, herbarios y otros, que también son museos.


Pensando en estos lugares que exhiben seres vivos, vino a mi mente un recuerdo de hace unos cuantos años, cuando visité la ciudad de Seattle que está en la costa oeste de los Estados Unidos, enclavada en una bahía del Océano Pacífico. Por su ubicación, es sin duda un lugar en donde debe haber un acuario que hable sobre la vida marina que los rodea.


Pues bien, debo declarar que no soy muy amiga de estos museos que tienen especies animales en cautiverio exponiéndose al público, sin embargo, con fines profesionales, decidí entrar al Acuario de Seattle para entender mejor cómo funciona un espacio así.


No puedo negar que este lugar cuenta con una infraestructura impresionante. Los peces están en espacios enormes que casi van de piso a techo, y que recrean la vida marina de una forma muy precisa. Especies marinas que están cuidadas con mucho empeño, supongo que para que no sea tan traumática la vida en cautiverio.


Sin embargo, en ese noble afán de ser un espacio interactivo, participativo y con actividades educativas que llamen la atención del público, me encontré con dos áreas que me pusieron la piel de gallina. E insisto que estuve allí, me quedé y lo analicé con fines profesionales que me ayuden a entender mejor de qué se trata todo esto de tener animales en cautiverio expuestos en un museo llamado acuario.


En primer lugar estaba el tan anunciado show en el que el personal del acuario alimentaría al pulpo gigante. Un pulpo nadando en un tanque (yo diría que muy pequeño para su tamaño) totalmente transparente, con decenas de personas viéndolo a 360 grados mientras trataba de comer un poco. Y si bien el acuario realiza una actividad responsable de rescate y reposición de los pulpos a su hábitat, creo que aquel animal que daba el espectáculo esa tarde, no se debió sentir del todo cómodo con el público gritando, aplaudiendo y pegando sus frentes contra el tanque para verlo lo más cerca posible mientras tomaba su almuerzo.


Después de esta particular experiencia, seguí mi visita para encontrarme con el lugar más aterrador del acuario: “la piscina para tocar”. Un lugar diseñado para que los visitantes puedan tocar a los animales marinos sintiendo sus texturas. Sin duda muy pedagógico, sobre todo para los más pequeños que podían descubrir la magia de las texturas metiendo sus manos en el agua y tocando indiscriminadamente y sin ningún cuidado a animales como corales, esponjas marinas, anémonas, conchas, estrellas y pepinos de mar… que aunque no se mueven demasiado (lo que los hace parecer insensibles), resulta que también son animales y están vivos…


Definitivamente no quisiera ser un animal en cautiverio en un lugar así… mucho menos ser el pulpo o la estrella de mar del Acuario de Seattle. Sin embargo no puedo negar la importancia de la existencia de estos espacios, tanto como lugares de conservación de la fauna que la mayoría de veces es rescatada del tráfico y explotación animal, o salvada de una posible muerte. Además son lugares cuyo objetivo (aunque no lo parezca) no es el espectáculo con los animales, sino que, además de su rescate, buscan la educación y concientización sobre la conservación de las especies vivas (flora o fauna) que exhiben. Y en muchos casos inclusive la investigación, como por ejemplo ocurre en el Museo de Historia Natural de la Universidad Politécnica Nacional de Quito, donde las especies vivas que están en exhibición son parte de los programas de investigación de la universidad.


En fin… siguen sin gustarme los museos que exhiben animales vivos en cautiverio, pero allí están esos espacios, existen en muchísimas ciudades del mundo, y siempre habrán opiniones diversas al respecto, por lo que si quieren hacerse su propio criterio sobre estos particulares museos, tan solo puedo decirles que vayan a visitarlos y que luego me cuenten qué tal les pareció la experiencia.



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