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  • María Gabriela Mena G.

Entre la nostalgia y las memorias de viejos museos

Recordemos aquellos museos de nuestra infancia. ¿Qué memorias se dibujan en nuestra mente? Creo que estos espacios son capaces de convertirse en sitios de nostalgia para quienes los conocimos en diferentes momentos y los rememoramos, recordándonos a nosotros mismos en el pasado.

 
Fotografía de archivo "Taller La Bola"

Cuando pensamos en los museos, la sola idea de esta institución nos lleva a imaginar lugares con largas trayectorias, varias décadas o hasta centurias de un espacio abierto al público que muestra sus colecciones de arte, historia, ciencias y tantas cosas más. Afortunadamente, tenemos esa percepción de los museos. De alguna forma los entendemos como lugares inmortales e indestructibles; espacios que trascienden el tiempo de vida humana.


Y digo afortunadamente porque la existencia de los museos es indispensable en la sociedad, y el pensarlos como permanentes nos ayuda a apropiarnos de ellos. Aunque por otro lado, pese a que, bajo esta perspectiva, el cierre de un museo debería ser visto como una gran catástrofe para la comunidad, eso generalmente no ocurre en nuestra realidad: museos se cierran y muchos de nosotros ni nos habíamos dado cuenta. Pero lo interesante es que la mayoría de los museos efectivamente son inmortales. Algunas veces parece que se cierran o desaparecen pero siguen ahí y cuando llega el momento adecuado, resurgen.


Aunque no puedo asegurarles que los museos estarán ahí por siempre, si puedo mencionarles algunos museos que se han cerrado silenciosamente y que luego se han reabierto, o que siguen ahí con las puertas cerradas esperando reaparecer después de un momento de descanso. En Quito, museos que han pasado por estas travesías hay muchos, por ejemplo el Museo de Arte Colonial, Museo Jacinto Jijón y Caamaño, Museo Arqueológico Antonio Santiana, también el Museo de Historia de la Medicina, y el mismo Museo Nacional, antes Museo del Banco Central, por solo mencionar algunos ejemplos de espacios que se abren, se cierran, se transforman, se repiensan, o descansan, pero que jamás se extinguen.


Para mi estos espacios, además de ser museos, se convierten en sitios de nostalgia para quienes los conocimos en diferentes momentos y los rememoramos, recordándonos a nosotros mismos en el pasado. Esto no ocurre solo con aquellos museos que se han cerrado, ya que casi todos los museos están en constante transformación, buscando siempre nuevas y mejores formas de contar sus historias.


Estoy segura que la mayoría de ustedes, durante su infancia, pudieron realizar las infaltables visitas escolares a los museos más emblemáticos de su ciudad. Traten de recordar cuáles eran estos lugares. En mi caso recuerdo por ejemplo al Museo de Cera, el Museo del Banco Central o el Museo de la Mitad del Mundo. Al pensar en estos espacios llegan muchos recuerdos de décadas pasadas, y sé que ahora mismo ustedes se están transportando a esas salas, tratando de dibujar en su memoria los momentos de cuando eran unos pequeños niños de escuela descubriendo los museos.


¿Qué recuerdan? ¿Cómo eran esos lugares? ¿Cuáles son esos espacios inolvidables que permanecen en nuestra memoria como tesoros de la infancia?


Seguramente, algunos de quienes han vuelto a los museos años después, han podido sentir esta nostalgia: encontrar los mismos objetos pero ubicados de formas muy distintas; ver el mismo museo pero reabierto en un nuevo edificio donde casi todo es una novedad, aunque reconocemos lo que nos cuentan; sorprendernos con nuevas formas de contar la historia porque se han investigado otras teorías que deben incorporarse. Además ocurre que algunos mantienen sus espacios tradicionales, pero se expanden y abren nuevas salas que nos cautivan sin quitarnos las vivencias nostálgicas de nuestro pasado.


A mi me ha pasado un poco de cada cosa en una gran cantidad de museos, y no solo en aquellos museos tradicionales que llevan existiendo desde antes de que yo naciera, sino también en los museos que se han creado más recientemente, en el siglo XXI, y que permanentemente me están sorprendiendo: por ejemplo el Museo del Agua o el Museo Interactivo de Ciencia.


Por eso es que cuando pensamos en el museo como una institución permanente, debemos pensar en que su permanencia está en su espíritu, su forma puede cambiar, pero su esencia se mantiene. Es que los museos son como los seres humanos: cambian, crecen, evolucionan, envejecen, se cuestionan, se equivocan, intentan cosas nuevas, triunfan, siempre quiere progresar…


Imaginen ustedes qué aburrido sería ver siempre lo mismo durante décadas. Pues no debo negar que en algunos museos eso ha ocurrido, y lamentablemente aquello hace que en ocasiones pensemos que ya no es necesario volver a un museo porque lo visitamos hace 20 o 30 años. Sin embargo, yo les invito a que intenten regresar con nostalgia a esos museos de su infancia, vayan a redescubrirlos, porque inclusive, aunque el lugar se haya mantenido igual durante décadas, ustedes ya no son los mismos, por lo que de seguro la visita será una nueva aventura.


Entonces: ¿Ya saben a qué museo van volver?


Pues les espero para que me cuenten como les fue...



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