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  • María Gabriela Mena G.

Museos: ¿un portal a la imaginación?

¿Son o no son los museos un portal a la imaginación? Al inicio pensé que, siendo éstos, espacios principalmente visuales, queda muy poco para imaginar. Sin embargo, me esforcé por recordar algunos museos donde el uso de la imaginación me haya llevado a universos de fantasía.

 
Fotografía de archivo "Taller La Bola"

Nuestra mente es una fantástica máquina capaz de crear mundos enteros desde la nada. Es por ello que cuando leemos un libro, cada palabra nos lleva a imaginar universos fantásticos. Por ejemplo, yo guardo aún unos ligeros recuerdos, creados por mi imaginación, de cuando tenía unos 7 años y leí el libro “La historia interminable”. Entonces fui capaz de transportarme casi de forma real, a cada uno de los escenarios surreales que se relataban en este libro. Esto fue posible, tan solo a partir de la unión de millones de letras: un libro cuyo único recurso visual era la portada, lo demás tan solo palabras.


Pero cuando lo visual se involucra, por lo general ya no necesitamos imaginar. Allí los escenarios fantásticos dejan de ser universos individuales construidos según el ingenio de cada persona, para convertirse en escenas estandarizadas tal y como un solo ilustrador o creativo las imaginó.


Resulta que unos cuantos años después, me encontré con la película de “La historia interminable” y me llevé la gran decepción de que los escenarios recreados para la película no les llegaban ni a los tobillos a aquellos que yo había imaginado. Y así, preferí quedarme con mi propia versión de la torre de marfil o del dragón de la suerte, porque aquella que yo había imaginado, será siempre la verdadera historia.


Con estos recuerdos, me puse a pensar en cómo los museos pueden o no pueden ser un portal a la imaginación. Al inicio pensé que, siendo los museos espacios principalmente visuales, queda muy poco para imaginar. Sin embargo, me esforcé por encontrar en mi memoria algunos museos donde el uso de la imaginación me haya llevado a universos de fantasía.


Fue así que recordé algunas visitas a museos de sitio, donde se encuentran vestigios arqueológicos de imponentes ciudades del pasado como por ejemplo: Machu Picchu, la Acrópolis, Chichen Itza, o las pirámides de Cochasqui.


Pese a que en esos lugares podemos ver construcciones reales, cuando los he visitado mis neuronas comienza circuitar, ya que se esfuerzan demasiado en intentar imaginar (en tiempo real) el mismo espacio, pero como si yo estuviera parada allí hace cientos o miles de años.


Sitios como estos, hacen que mi imaginación busque construir escenas de cómo se verían las construcciones antes de estar en ruinas: sus pequeños detalles, las decenas de colores, los usos que le daba la gente, y su majestuosidad. Pero más allá de la piedra, el mármol, o la cangahua, también me gusta imaginar cómo sería la vida allí: qué pensarían las personas que habitaban el espacio, cómo se relacionaban los habitantes con su entorno… en fin.


En este afán de entender la relación entre museos e imaginación, me di cuenta que para lograr activar esa chispa, siempre es bueno contar con recursos de apoyo. Por ejemplo: ir leyendo los textos explicativos de cada espacio, comprar uno de esos libritos para turistas donde se explican cosas básicas, o mejor aún, visitar el lugar con alguien capaz de contarnos sus historias (posiblemente este ha sido el recurso que mejor me ha funcionado). Es entonces cuando la mente comienza a volar, la imaginación dibuja sobre lo que podemos ver, y crea casi un mundo nuevo que es diferente para cada persona, aunque todos se basan en el mismo relato (tal y como me pasó con el libro “La historia Interminable”).


Entonces, puedo concluir que sin duda los museos son un portal a la imaginación. Y sé que experiencias así pueden ocurrir en todo tipo de museos: ya sea dentro de salas de exposición, e incluso con objetos insertos en vitrinas. Tan solo se trata de que quienes diseñamos experiencias en los museos recordemos usar recursos de apoyo, contemos historias y generemos puentes que detonen la imaginación. Así también, los visitantes deben llegar con la mente abierta y estar atentos para provocar estas experiencias fantásticas avivando su creatividad. Porque muchas veces nos conformarnos tan solo con lo visual, olvidando que parte de la experiencia es conectar significados y crear sentidos personales que se vuelven más intensos cuando usamos nuestro ingenio.


Por ello creo que un museo, sin importar que clase de museo sea, debería pensarse siempre como la puerta de entrada a una serie de mundos fantásticos. Unos mundos que solo se podrán ir descubriendo en la imaginación de cada visitante, siempre que éste sea capaz de ver más allá de lo que sus ojos encuentren en el espacio.



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