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Sonidos que ya no le pertenecen a la ciudad

María Gabriela Mena G.

¿Qué significado tiene hoy el sonido de una campana en la ciudad?

Me gustaría decir que son muchos los significados, pero más bien me atrevo a decir que en estos días es un sonido que pasa casi completamente desapercibido entre los pitos de los policías de tránsito, los gritos de los vendedores y la música de los almacenes.

 
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Sin embargo, ayer, mientras intentaba concentrarme, entre el bullicio de una pandereta, los cantos de un imitador de Celia Cruz y la propia bulla que siempre ronda mi cabeza, retumbó el repique de una campana de la Catedral en mi oreja.


En todo el tiempo que llevo trabajando en esta oficina frente a la catedral no había escuchado ese sonido, y debo confesar que me contrarió un poco, pero sobre todo me pregunté porqué de pronto sonaba esa campana, que normalmente vive silenciada (al menos en horario de oficina).


Tras haber pasado el susto, me invadió la alegría de poder escuchar sonar esta campana que algún día fue parte de la dinámica diaria de la ciudad. Campanas que otros tiempos acompañaban a los quiteños a la hora de levantarse, para salir a trabajar, al mediodía en el descanso y a la hora de volver a casa, y obvio: principalmente anunciaban que era hora de ir a misa... pero que ahora las hemos dejado olvidadas y encerradas en torres maltrechas y empolvadas, con telarañas creciendo por todos lados.


Mi emoción ante este sonido (que bien pudo ser simplemente tomado como un escándalo), se debe a que hace unos dos años, pude conocer a todas y cada una de las campanas de las iglesias del Centro Histórico de Quito. Fue en un trabajo de investigación fascinante, que estuve trepada en 27 campanarios, donde tuve la oportunidad de ver, sentir, analizar, describir, fotografíar y escuchar una a una las 104 campanas de esos templos.


Desde ese entonces me enamoré de ellas, porque aprendí a verlas de forma diferente.


Veo en cada campana las manos de todos los artesanos que fueron dándole forma, desde su modelado en arcilla, con cada letra y decoración en cera, para luego hacer el molde y finalmente fundir el bronce que le dará vida.


Imagino los complejos sistemas para poder subir con poleas y cuerdas una campana hecha con cientos de kilos de bronce, desde la plaza de la iglesia hasta la punta de la torre.


También imagino a los campaneros que conocían bien sus campanas, y con entusiasmo las hacían sonar a las horas de los rezos y a las horas del descanso, dando vida a unos sonidos que fueron los sonidos de Quito, hasta que a los habitantes les pareció que las campanas hacían mucho ruido y se emitió un reglamento en 1927 que comenzó a silenciar esos escándalos impropios de una ciudad moderna y avanzada.


Y en esta aventura de conocer a las campanas, posiblemente lo más cautivador fue aprender a verlas desde su musicalidad. Fue mi compañero Jhony, el musicólogo del equipo de investigación, quien me enseñó mucho sobre el sonar de las campanas. Así, descifré en estos objetos de bronce una increíble tecnología musical, donde cada detalle determina cómo sonará: el alto de la campana, la proporción de los diámetros, la curvatura del cuerpo, el grosor de sus paredes, e inclusive la composición metálica del bronce, logran que una campana sea un instrumento musical de calidad o sea simplemente un objeto sonoro y desafinado.


Entonces, viendo a las campanas desde su musicalidad, fuimos tocándolas una a una para poder determinar si sonaban en DO, en LA, o quizás en un MI. Y así entendí que los campaneros (aunque no eran músicos), también habían aprendido como hacer sonar sus campanas para llamar a la misa, para combinar unos tonos más agudos y otros más graves, para conmover con esos sonidos metálicos, y poder congregar a la comunidad.


Es triste notar como hoy las campanas ya no se escuchan, y no solo porque no se las toca como antes, sino porque las pocas veces que se las toca, se pierden entre toda la contaminación auditiva que invade el Centro Histórico y que parece no importarle a nadie.


Por eso, aunque algo aturdida por el escándalo que tuve que asimilar ayer entre sonidos callejeros y el repicar de la campana, mayormente sentí emoción de escucharla viva. Y aunque en ese momento no sonaba muy melodiosa, tan solo fue porque le estaba faltando la compañía de las demás campanas que acompañarán ese sonido en el concierto de campanas que se hará en Quito, donde, desde varias torres de las iglesias, resonará una composición musical para mantener vivo el patrimonio sonoro de esta ciudad de campanas.


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