En todo museo llega el día de decir adiós a una exposición, lo cual no siempre es un asunto sencillo. Por eso, quiero compartirles como es que a veces, desde dentro de los museos, vivimos ese momento de despedida cuando concluye una exposición que nos robó el corazón.
![Sala de exposición vacía b/n](https://static.wixstatic.com/media/186116_a58723249d8a47669e4ba1106a97f687~mv2_d_3756_2817_s_4_2.jpeg/v1/fill/w_980,h_735,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/186116_a58723249d8a47669e4ba1106a97f687~mv2_d_3756_2817_s_4_2.jpeg)
Cuando somos visitantes de museos buscamos siempre encontrarnos con algo diferente. En efecto, cada cierto tiempo es bastante común ver nuevas exposiciones que nos invitan a volver una y otra vez al mismo espacio con la ilusión de descubrir las novedades.
Pues bien, el hecho de que existan nuevas propuestas y exposiciones implica que, así como empiezan, tienen que acabar. Estoy segura que esto no les suena como algo extraordinario o especial, pero algunas veces para quienes trabajamos en museos, este final, puede resultar un poco más complicado de sobrellevar.
La primera vez que trabajé en un museo fue hace 15 años, mi función era armar y desarmar exposiciones temporales. En un corto tiempo pude ver el inicio y el final de 4 exhibiciones. Para entonces me parecía divertido cada vez que una muestra se terminaba, porque era cuando más trabajo había: desmontarlo todo y esperar la llegada de la nueva exposición para dar inicio al montaje. Correr de un lado a otro para alcanzar a hacerlo todo en el tiempo necesario fue la parte más divertida de mi primera pasantía en un museo. Sin embargo ahora las cosas han cambiado para mi.
Tal vez es el hecho de que para entonces, como estudiante de primera año de universidad, todavía no conocía casi nada sobre el mundo de los museos, si bien amaba lo que había elegido hacer, aún no tenía esa pasión que los años me fueron dando, pero sobre todo, no había vivido todo el proceso de creación de una exposición, no había sido parte de un proceso completo.
Crear una exposición es un trabajo de muchas personas... Desde las primera ideas: dar mil vueltas por la investigación, sentir como va tomando forma en papel pero también en el espacio. Los elementos que se construyen: elegir los colores y sentir el olor a pintura. Esperar con ansias hasta que las obras llegan muy bien envueltas para abrirlas como regalos de navidad y verlas al fin iluminando el espacio.
Un trabajo largo y desvelado para que todo quede a punto y las puertas se abran al fin.
Es entonces, y solo luego de haber vivido todo ese proceso, que cuando el último día de la exposición llega, sabemos que llega ese difícil momento de decir adiós. En realidad no se si otras personas en los museos se sientan como yo, pero debo confesar que no soy una persona que puede desprenderse fácilmente de las cosas (aún tengo guardados recuerdos de cuando tenía 6 años). Por ello me cuesta saber que las puertas se cierran, las obras se desmontan y vuelven a ser empacadas (es como devolver los regalos de navidad).
Cada letra, cada imagen, cada color y cada vitrina van desapareciendo del espacio. Poco a poco se siente el vacío, la soledad, y por supuesto la tristeza. Las salas quedan vacías, los espacios se ven tan grandes, tan diferentes que antes, y se vuelve a sentir el eco sonar. Queda una nostalgia de que todo el trabajo que se hizo no estará nunca más. Y si, es una sensación extraña. Pero al final del día, esas salas vacías que parecen tan grandes, se convierten en un lienzo en blanco cuyas posibilidades se abren al infinito…
Nuevos proyectos que empezar.
No hay la menor duda, las exposiciones temporales son como la vida, llegan como un reto, se vuelven parte de nuestro día a día, nos conquistan, nos estresan, nos traen muchos aprendizajes entre cosas buenas y malas, pero no son para siempre. En algún punto se van, y es entonces cuando debemos aprender a decir adiós, a decirlo con toda la valentía, justo en ese preciso momento en que la exposición se nos va...