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  • María Gabriela Mena G.

Encuentros inesperados en medio de la abstracción

Cuando lo inesperado ocurre en una visita al museo, es posible transformarse, conocerse a uno mismo más a fondo y reflexionar en aspectos que van más allá de la sola contemplación de bienes artísticos, históricos o científicos.


Hoy les comparto mi más reciente viaje de transformación en un museo ocurrido en medio del arte abstracto...

 
Equilibrio (2012) Carmen Herrera

La semana pasada, tuve la gran fortuna de visitar la exposición temporal “Abstracción Épica: de Pollock a Herrera”, en el Museo Metropolitano de Nueva York: el tan famoso MET.


Apenas leí el nombre de la muestra, estuve decidida a ir. Soy fan de Jackson Pollock y puedo pasar eternidades mirando cada una de las líneas irregulares que llenan grandes murales, tan solo sintiendo esta explosión que me revuelve el estómago, me eriza la piel y me llena de emoción.


Decidida a ir, me pregunté quién será ese artista Herrera, que está mencionado en el nombre de la exposición… Jamás había escuchado hablar de él. Herrera: un apellido en español... me pregunté de dónde sería este hombre que ahora ocupa un lugar en el título de una exposición en Nueva York, “Abstracción Épica: de Pollock a Herrera”.


Entrar a la muestra y encontrar dos salas llenas de obras de los artistas Pollock y Rothko fue todo un privilegio. Para entonces, ya me sentía satisfecha, pero tenía que hallar a este misterioso artista de apellido Herrera, así que pasé a la siguiente sala donde aparecieron varios nombres desconocidos para mi.


Entre las obras de esta tercera sala, hubo una escultura que llamó mi atención. Su forma y esencia me transmitieron algo que las demás no, era como si yo tuviera alguna relación más cercana con ella. Pasó por mi mente que tal vez podía haber sido esculpida por una mujer, pero luego de ver tantos nombres de hombres, no lo creí posible. Me acerqué, y allí estaba lo inesperado: se trataba de una obra de 1938 de la artista Bárbara Hepworth, a quien hasta entonces no había conocido, pero cuya escultura me capturó.


Con esta interesante sorpresa, seguí recorriendo la exposición, ahora intentando encontrar más obras de mujeres, tan sólo a través de la percepción de su expresividad y la relación que ésta genere en mí, es decir, sin leer primero los nombres en las cédulas.


La verdad, no me fue nada mal. Por ejemplo, me encontré con los colores claros y difuminados de Helen Frankenthaler (1957), los trazos tribales y apastelados de Joan Snyder (1971), la agresividad y aparente inconformidad de Chakaia Booker (2001), la fuerza cromática y simbólica contrastante de Ilona Keseru (1969), la armonía lineal de Bridget Riley que me hipnotizó (1973)…


Entonces comencé a perder la razón, había tantas mujeres de quienes nunca había escuchado hablar en esa muestra, que era evidente que desde la concepción de la exposición, se planteó la necesidad de poner en diálogo varias obras de artistas mujeres junto a obras más tradicionales realizadas por hombres. Encontré con sorpresa, no solo arte del siglo XXI, sino obras desde los años 30 creadas por mujeres, confirmando que tradicionalmente este arte ha sido excluido de los museos, pero que no ha sido inexistente como yo lo había imaginado.


En medio de toda esta emoción, noté que aún no habían rastros de Herrera, este nombre que figuraba en el título de la exposición. Así que continué mi recorrido ahora con dos objetivos: encontrar al renombrado Herrera, e identificar a las mujeres artistas que formaban parte de la muestra.


Así, casi llegando al final, encontré un pequeño cuadro. Sobre un fondo blanco, tres triángulos negros con la punta hacia abajo como en hilera. Bastante sencillo, minimalista diría yo. Me acerqué y allí estaba el nombre tan buscado: HERRERA. En la cédula decía más o menos lo siguiente:


Equilibrio (2012), Carmen Herrera, pintora cubana, nacida en La Habana en 1915, pionera del abstraccionismo cromático desde los años 40.


Qué gran sorpresa me llevé, todo el tiempo imaginé que Herrera sería un hombre. Un pintor abstracto cuyo nombre, junto al de Jackson Pollock, cerraba el círculo masculino del arte abstracto, que yo cree en mi mente.


No pude sino hacer un mea-culpa, porque en mi aprendizaje tradicional del arte moderno, los nombres de hombres saltan uno tras otro y a todos los admiro. En ese pensamiento tan asimilado por mi subconsciente, no pude ni imaginar que Herrera sería una mujer, no había cabida para aquella idea.


Salí del MET muy contenta, salí sacudida y salí siendo una persona distinta de lo que era cuando entré. Salí con la mente más abierta y habiendo conocido las obras de tantos hombres y mujeres que antes no había visto.


Salí haciendo un mea-culpa ante esos rezagos de machismo que todos de alguna manera llevamos, y que si no los notamos se vuelven crónicos...


Y justamente, por esas oportunidades de crecer y de aprender, es que me gusta tanto seguir transitando y descubriéndome a mí misma en estos enriquecedores viajes por los museos.


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