Algunas veces los museos nos dan la oportunidad de redescubrirlos, de mirarlos con otros ojos, de sentir que nunca los habÃamos visitado. Hace una semana pude vivir una experiencia asà en el JardÃn Botánico de Quito, un lugar al que he ido varias veces, pero que esta vez me ofreció una experiencia sensorial inolvidable...
Llegué entrada la noche, la calle estaba llena de autos y gente caminando por el estrecho pasaje Rumipamba. Todos Ãbamos al mismo lugar, nos acercábamos con la misma curiosidad, y llegamos con la misma ilusión.
Antes ya habÃa estado allà por la noche: en una ocasión fui a un concierto, y en otra salà de un taller que terminó tarde. Las dos veces recorrà el JardÃn Botánico parcialmente en la oscuridad sin pensar en lo que habÃa a mi alrededor, pero entendiendo y reconociendo cada lugar transitado, pues también he estado allà varias veces durante el dÃa, y en consecuencia, tengo una idea de donde están los humedales, el bosque nublado o el páramo.
Pero esa noche fue totalmente distinto. Mientras recorrÃa por la calle, junto con decenas de otros visitantes que también iban al JardÃn, no imaginé que esta vez, entrar serÃa como visitar un lugar nunca antes explorado.
Apenas ingresé, vi las luces resplandeciendo entre la vegetación.
Mi primera sensación, fue conectarme con la música que acompañaba el reflejo luminoso y colorido que se fundÃa en el agua. Alrededor de esta laguna luminosa, los colores de las plantas eran como de fantasÃa… y en ese momento el recorrido recién empezaba.
Al transitar los senderos, el bosque se sintió más espeso, pero a la vez encantador, el jugueteo de la luz en los matorrales, hacÃan pensar que era posible caminar entre estrellas. Al mismo tiempo, el deseo de llegar a una nueva estación era cada vez más apremiante. En ocasiones provocaba atravesar la espesura oscura de la vegetación, para alcanzar esos reflejos de luz que se veÃan al fondo.
Varias estaciones con temáticas de flora y fauna, pero también con relaciones sensoriales y afectivas, fueron parte de un recorrido que daba la impresión de haber salido de un libro de magia y hechizos.
Transitar entre hojas y ramas que, tan solo por ese baño de luz, parecÃan otras, tan distintas a las que yo conocÃa, abrió mi mirada y mis sentidos para poder percibir el espacio en otras dimensiones, para poder sentirlo desde mi centro personal, desde mis emociones.
Quisiera contarles cada detalle, cada paso dado, cada hoja y cada flor vista y retratada, pero no puedo alargar este viaje indefinidamente, asà que les contaré una de las estaciones con las que me conecté de forma especial.
En el piso los destellos de luz se encendÃan a una gran velocidad y subÃan por los troncos de los árboles, desde lejos lo vi y sentà que ese destello era el viento que me empujaba a seguir la secuencia luminosa y envolverlo todo. Pero llegué cerca y lo entendà mejor. Eran las raÃces de los árboles que se iluminaban y seguÃan trepando, dando vida a cada tronco y cada rama. A mi alrededor escuchaba el latido fuerte de un corazón ¿era él de los árboles o era mi propio corazón? Al final creo que fueron ambos que se fusionaron en una experiencia que pude sentir desde mis raÃces, que me dejó llena de vitalidad y en conexión con la tierra. La tierra de la que vengo, donde tengo implantadas mis raÃces. Esas raÃces que me conectan con mis ancestros, que le dan sentido a mi vida y me construyen con fuerza.
Música, luz, naturaleza y una cuidadosa creación de ambientes llenos de sentidos, fueron acompañándome por casi una hora en esta aventura.
Al final no querÃa salir, pero la lluvia comenzó a caer. Bajo la espesura del Bosque de Luz, casi no se sentÃa el agua, pero la lluvia de luz me bañaba el cuerpo y me dejaba jugar con mi propia imagen transformada por los colores y las texturas.
Por un momento sentà que me volvà parte de esa naturaleza que me regalaba su espectáculo, y que poco a poco, yo me transformaba en luz, en una luz que no se apagarÃa ni con la tormenta que se avecinaba sobre la espesa vegetación que me cubrió la noche que descubrà ese Bosque de Luz.