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  • María Gabriela Mena G.

QUITO: descubrir una tradición que siempre estuvo ahí

Quito es una ciudad muy particular porque nació de historias contrapuestas y terminó por fusionarse en una amalgama de colores, sabores y sentires. Pero creo que encontré un punto en común para esta ciudad, que ha estado presente desde sus orígenes, pasando por su historia colonial y republicana, e incluso hasta nuestros días. Se trata del comercio popular.

 
Comercio popular en Quito (1895-1925-1940-1989-2019)

Justamente, el comercio fue la razón de existir de este ancestral y algo mítico asentamiento llamado Kitu. Este punto geográfico intermedio entre Amazonía y Costa, hizo que muchos yumbos (comerciantes nor-occidentales y amazónicos), emprendan sus viajes hasta este lugar. Hay quienes dicen que éste fue un espacio de comercio estratégicamente ubicado entre regiones. Un territorio no muy importante a nivel de asentamiento poblacional, sino más bien, un centro de comercio donde confluyeron pobladores de varias zonas y regiones.


Volviendo al presente de esta ciudad de comerciantes, el domingo anduve caminando por el Centro Histórico de Quito en medio del despliegue de la más variada gama de formas de comercio popular. Desde organizadas carpas con artesanías, pasando por los habituales puestos de caramelos, sin dejar de lado las ventas ambulantes de cualquier producto que se nos venga a la mente y que es ofrecido frente a nuestras narices.


Allí, en medio de ese andar, llegué al Museo de la Ciudad, donde estaba abierta, por último día, la exposición MERCADOS. Pasé a darme una vueltita, y me encontré con esa misma ciudad de comercio pero carente de vida. Las recreaciones de los puestos del mercado (de hierbas, canastos y granos), están muy bien logradas, pero a la vez son carentes del elemento que les da su encanto, es decir: la gente que promociona sus productos, que nos convence que tienen lo mejor y que nos animan a llevar alguito.


Seguí transitando por esta exposición, y fui encontrándome con ese Quito de comercio por tradición que se me hizo muy parecido a aquel con el que me encontré antes de entrar al museo.


Una pintura del siglo XIX daba cuenta de los puestos de venta en San Francisco. Fotografías de 1925 y un video de 1940, mostraban indígenas como los principales comerciantes informales. Incluso una toma de la calle imbabura de 1989 atestigua la comercialización invasiva, que, a no ser por el vestir de las personas, hubiese pensado que fue tomada en diciembre del año pasado, cuando me encontré un paisaje similar en esa calle.


Ya saben ustedes que cuando uno hace un verdadero viaje por los museos, esas cosas que vemos entre sus cuatro paredes, no se quedan ahí. En seguida me puse a pensar en la ciudad, en sus tradiciones, y pude notar que el comercio es una de esas tradiciones, de la que no nos hemos percatado cómo se debería. Me cuestioné sobre las políticas públicas que se han aplicado (y que yo he apoyado) para el control del comercio informal. Y la idea me ha quedado dando vueltas desde el domingo, llevando esa reflexión a mi transitar cotidiano.


Por ejemplo,esta semana mientras compraba unas frutillas en la calle, un policía rondaba alrededor de nosotras (la vendedora y yo). El policía esperó a que me vaya para poder limpiar la ciudad de estas ventas indebidas. No me atrevo a reclamar, ni invalidar las políticas de control del espacio público, sobre todo porque no tengo una solución para ello, pero creo que deberíamos empezar a repensarlas desde la comprensión de nuestra tradición histórica.


Dos interrogantes vinieron a mi mente, ante este policía listo para actuar contra la vendedora:


¿Por qué el oficial esperó que yo me fuera para amedrentarla? Tanto ella, como yo, estábamos cometiendo la infracción, pero por alguna razón a ellas las tratan diferente. ¿Acaso la verdadera intención es borrarlas del paisaje patrimonial, como lo hizo José Domingo Laso con todos los indígenas que aparecían en sus fotografías, de principios del siglo XX?



No tengo las respuestas, pero sé que visitar la exposición MERCADOS, con la mirada influenciada por el contexto comercial encontrado al exterior del museo, me hizo ver más allá de las cuatro paredes donde se exhibió esta muestra y me incitó a llevar la exposición a mi plano real.


Eso es lo que hacen los museos, dejar que nos miremos como individuos y como sociedad; permitirnos pensar más allá de lo que una exposición nos presenta; abrirnos las puertas a los más insospechados viajes que se enmarcan en las reflexiones propiciadas por el museo, cosa que solo ocurre si nosotros somos capaces de relacionarlo con nuestra realidad.


Muchas veces puede resultar ser una compleja y controvertida realidad, pero créanme, vale la pena ir a los museos para arriesgarnos y vernos al espejo con un buen ojo crítico...


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