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  • María Gabriela Mena G.

¿Por qué nos duele la pérdida del patrimonio cultural?

Aún siendo estudiante de colegio, cuando comencé a explorar si seguiría la carrera de restauración en la universidad, recuerdo que me impresionó conocer la Iglesia de La Compañía de Jesús en pleno proceso de restauración. Los profesionales estaban poniendo en su lugar todo lo que fue devastado por el fuego de 1996, que según me contaron, comenzó por un descuido en los trabajos.

 
Comercio popular en Quito (1895-1925-1940-1989-2019)

Aún siendo estudiante de colegio, cuando comencé a explorar si seguiría la carrera de restauración en la universidad, recuerdo que me impresionó conocer la Iglesia de La Compañía de Jesús en pleno proceso de restauración. Los profesionales estaban poniendo en su lugar todo lo que fue devastado por el fuego de 1996, que según me contaron, comenzó por un descuido en los trabajos.


Me causó un gran impacto el ser testigo de lo grave que puede resultar una simple falta u omisión. Allí descubrí que se puede sentir dolor por la pérdida del patrimonio cultural. Él porqué no lo entendía aún, pero sentí tristeza mezclada con rabia por aquella pérdida.


Un par de años más tarde, tuve la oportunidad de restaurar la Iglesia de La Compañía. Siempre pienso que la razón por la que pude trabajar en esos andamios en medio de las cúpulas, fue por ese descuido de años atrás. Una acción pequeña que marcó el lugar para siempre, que destruyó un retablo entero que pudo ser reproducido, pero que jamás será lo que fue originalmente.


Es que, pese a que he aprendido que todo se puede restaurar, no dejo de sentir este dolor por lo irrecuperable. Creo que se debe a mi fascinación por conectarme con la historia de los objetos. Cuando pongo mis manos sobre una obra, imagino todas las manos que pasaron por ahí en cientos de años, vuelo en el tiempo y me encuentro con la energía de personas e historias que guardan estos tesoros. No solo se trata de poder mirar algo bello o antiguo, sino de saber que al estar en contacto con estos bienes, puedo vincularme con lo que está más allá de los objetos: con las historias que guardan. Y en un sentido simbólico, eso es irrecuperable.


Años más tarde, tuve la oportunidad de trabajar en el Teatro Bolívar realizando una investigación para la presentación de una propuesta de restauración, de lo que el fatal incendio de 1999 destruyó. Mi corazón se estremeció luego de ver con mis propios ojos lo que el fuego ocasionó en el edificio y en sus bienes. Allí todavía permanecían los restos carbonizados de la tragedia. Entonces, ese sentimiento de tristeza mezclado con rabia volvió, esta vez más consciente de que sentía dolor por la pérdida de mi patrimonio cultural. Fue más clara aún la razón, ya que estaba investigando su historia y comprendiendo como ese lugar jugó un papel tan importante en la modernidad de mi ciudad, y construyó algunos símbolos que son parte de mi historia personal.


Ejemplos así hay muchos, y tal vez lo mejor sea no recapitularlos ahora, pero estas historias vinieron a mi mente por lo ocurrido al otro lado del mundo, el pasado lunes.


Este lunes Notre Dame de Paris me dolió, me causó una profunda tristeza. Se me estremeció la piel, me sentí sensible, preocupada y asustada... Tuve rabia al ver como el fuego era capaz de trepar por la piedra debilitándola hasta su colapso.


Conocí Notre Dame de París en 2005, en un viaje que me cambió la vida ya que incrementó mi interés por los museos, y detonó en mí la idea de cursar una maestría en Francia. Así, fue como volví a París en 2009 para estudiar, y fue cuando esos símbolos se volvieron parte de mi propia historia, por eso, Notre Dame de París me dolió.


Hoy, también traté de recordar lo que sentí cuando vi los videos de la destrucción de templos y obras en medio oriente, por parte de grupos extremistas islámicos. Aún me causa horror recapitular esas escenas de personas con grandes martillos y sierras eléctricas destruyendo los gigantes hombres-toro alados asirios, que me parecen fascinantes, y que jamás volverán a existir. Pero no sentí esa tristeza en el corazón como en otras ocasiones, sino más bien solo la rabia, ese enojo e indignación por la destrucción de algo tan importante para la humanidad.


Creo que el dolor de perder el patrimonio cultural lo sentimos cuando nos pertenece, cuándo nos ligamos a él simbólica y afectivamente, cuándo nos habla de alguna forma más emocional. Creo que en el fondo, nadie (o casi nadie) se alegra o deja de preocuparse ante la pérdida de algún edificio histórico o un bien cultural, sea o no sea perteneciente a su universo simbólico. Pero lo que es totalmente distinto, es la sensación de tristeza, de dolor y de luto ante la pérdida de aquello que sentimos que nos pertenece.


Nuestro patrimonio cultural está vivo y por lo tanto siempre seguirá acumulando nuevos relatos con estos sucesos, que aunque tristes, siguen sumando a su espíritu: más manos, más años, más anécdotas, pero no por ello su destrucción dos deja de doler.


Notre Dame de París, sigue viva, sigue en pie, pero verla indefensa y devastada me duele y me seguirá doliendo porque de alguna forma, este lugar se volvió parte de mi propia historia...



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