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  • María Gabriela Mena G.

Esas exposiciones que no se olvidan...

¿Cuándo fue la última vez que una exposición o un museo les dejó una huella imborrable? ¿Se han puesto a pensar, qué es lo que volvió inolvidable a esa experiencia? Creo que todo tiene que ver con la conexión afectiva que logramos hacer en nuestro recorrido. Hoy, quiero compartir con ustedes una experiencia a propósito de los museos y las tradiciones.

 
Altar religioso casero

Hay exposiciones que marcan la historia, como por ejemplo si alguna vez vuelven a dejar salir a la Mona Lisa del Louvre y la llevan a pasear por exposiciones temporales alrededor del mundo, tal como ocurrió por última vez en 1974 cuando esta obra visitó Tokio y Moscú: todo un suceso mundial.


Pero a mi criterio, las mejores exposiciones, no son las que marcan al mundo entero por su gran impacto mediático, sino que son aquellas que lo marcan a uno de forma individual, porque logran generar un vínculo afectivo que trasciende. No se trata de que sea una obra conocidísima o un museo famoso, puede tratarse de un museo pequeño con una propuesta local que estremezca a sus visitantes.


Me puse a pensar esto a propósito del tema de reflexión que propone el Consejo Internacional de los Museos (ICOM), para celebrar el Día Internacional de los Museos 2019: “los museos como ejes culturales - el futuro de las tradiciones”. Es que cuando los museos hablan sobre tradiciones, cuando se enfocan en las cosas que marcan el día a día de las personas de manera simbólica, y logran transmitirlo, es cuando cautivan a sus visitantes, a esos visitantes más importantes que son las comunidades locales.


Pensando en este tema, quise traer a la mente alguna exposición en Quito, mi ciudad de origen, que probablemente no esté registrada por la prensa y que no haya generado un impacto mediático, pero que en mí haya dejado una huella imborrable.


Cómo saben, cuando viajo por los museos, también me gusta hacer viajes en el tiempo, así que me fui hacia el pasado, cuando iniciaba mis pasos como profesional de los museos. Tal vez nadie más recuerde esta exposición, pero creo mi primer vínculo afectivo-simbólico con una muestra temporal fue hace unos 15 años en el Museo de la Ciudad de Quito.


Recuerdo que recorría las salas con asombro porque no esperaba sentirme así en una muestra, sobre todo porque estaba acostumbrada a exposiciones temporales más formales. Pero en esta me encontré con una serie de recreaciones de espacios, donde no recuerdo haber visto ninguna obra de arte exaltada en particular, sino un recorrido por la cotidianidad.


Fue una exposición que trascendió tanto, que la guardo en mi memoria para siempre y la recuerdo como una de las muestras más interesantes que he visto (tomando en cuenta que en estos 15 años he ido poniendo otras tantas en ese archivo de recuerdos). Es que durante el recorrido, sentí que me vinculaba con los temas como si fueran parte de mi vida, incluso podía sentir que estaba caminando por la casa de mi abuela mientras circulaba por la exposición.


El tema era algo así como religiosidad y tradición popular que se entremezclaban en las salas. Así, uno iba recorriendo cuartos muy familiares donde se hablaba del bautismo, la celebración de los 15 años, el matrimonio, y las tradiciones de velorios y entierro. Todo esto estaba lleno de detalles cotidianos, fotos familiares, símbolos populares... Fueron tantos encuentros afectivos que es difícil explicar materialmente como era la exposición, pero puedo decirles que fue una experiencia inolvidable, y en ese momento también una forma nueva de ver a los museos.


Por eso es que hoy, hablando de estos espacios como ejes culturales, forjadores del futuro de las tradiciones, insisto en que los mejores museos y las mejores exposiciones, son las que nos tocan desde temas cotidianos, temas con los que nos sentimos identificados. Y qué más cercano que nuestras prácticas culturales del día a día, las que muchas veces practicamos sin siquiera darnos cuenta que son parte de nuestra cultura. Esas son las experiencias de los museos que transforman, que trascienden y que hacen que cada día yo esté más enamorada de los museos.



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