Ver a los policías tomándose la Casa de la Cultura Ecuatoriana (o Casa de las Culturas como la ha rebautizado la nueva administración), y a la vez leer que el Ministerio de Cultura respalda este hecho ya que son acciones "para el cuidado (...) del patrimonio del país", trae una curiosa imagen a la mente y mucho para reflexionar...
Una reja de metal acompañada de una hilera de policías resguardando el patrimonio a sus espaldas.
¿Saben lo que hay a sus espaldas?
Tras esa hilera de policías que "resguardan", entre otras cosas está el Museo Etnográfico de la Casa de la Cultura. Detrás de los agentes del orden hay una amplia sala de exposiciones llena de ponchos de varios pueblos indígenas del Ecuador exhibidos en maniquíes y paneles bien iluminados y organizados, para mostrar nuestra pintoresca diversidad cultural.
También resguardan con cautela un espacio circular que hace alusión a los personajes del Inti Raymi y otras fiestas tradicionales indígenas. La policía cuida esos trajes típicos, textos y fotografías que hablan sobre la importancia de la manifestaciones culturales de “nuestros” (paternalizados) pueblos ancestrales, que se celebran adentro en las montañas de la Sierra ecuatoriana y en la lejana Amazonía.
Frente a los policías, que, (según lo señala el MCYP en su comunicado) fueron a cuidar el patrimonio del país, se encuentran los sujetos de los cuales debemos resguardar ese patrimonio: los y las ecuatorianos/as.
Allí, frente a los policías, van llegando indígenas y mestizos, artistas, campesinos, gestores culturales (¡sí! es una profesión que existe aunque el asambleísta no lo sepa), ciudadanos, vecinos… ecuatorianos que se han levantado en protesta social para exigir mejores condiciones de vida y que defienden su lucha. Allí, frente a la policía, hay ponchos y sombreros que no están en vitrinas como los de sus espaldas, sino que son usados por personas con nombre y apellido; personas con ideas, ideologías y demandas. Allí, frente a los agentes del orden, suena la música de Inti Raymi que no está en la cima de las montañas, sino en medio de la urbe. Así mismo, frente a los policías, hay piedras y enojo, porque además de vivir en condiciones precarias, muchas personas ya se dieron cuenta de lo paradójico que resulta que queramos ver al mundo indígena únicamente organizado en vitrinas, y no en las calles exigiendo derechos.
Y así, con la Casa de la Cultura tomada por los policías, el Ministerio de Cultura “respalda las acciones que precautelen el cuidado y la salvaguarda del patrimonio del país”.
(No dudo que también frente y detrás de los policías, hayan intereses político-partidistas de un lado y de otro, que mueven los hilos de la violencia… pero ese no es tema de este texto.)
Espacios culturales en una sociedad convulsionada: ¿para qué?
Frente a esta realidad, y desde mi punto de visita y análisis como museóloga, me pregunto para qué sirven los museos y el patrimonio cultural en un país convulsionado, dividido y violento.
Para qué sirven esos museos de tipo etnográfico y antropológico, que según el Directorio de la Red Ecuatoriana de Museos (2019), son 42 en todo el territorio nacional identificados con estas tipologías (entre los cuales está el MAAC de Guayaquil que por falta de mantenimiento del MCYP -e intereses políticos municipales- fue clausurado y reabierto hace pocos días).
Sin conocer sino algunos de estos 42 museos, me pregunto si alguno de ellos va más allá de exhibir objetos etnográficos, rostros fotografiados y textos informativos o académicos sobre los pueblos y nacionalidades indígenas. Espero que algunos sí.
Me pregunto si alguno de estos museos incluye dentro de su guion museológico permanente el relato histórico de los levantamientos sociales indígenas, generando un análisis de fondo, mas allá de poner la foto de Dolores Cacuango o de Tránsito Amaguaña.
Creo que en ningún museo, salvo en alguna exposición temporal pasada ([des]Marcados), se habla de forma crítica y analítica sobre el levantamiento indígena de los años 90 que transformó a nuestro país. No se habla de los pueblos y nacionalidades indígenas como sujetos políticos con participación social y económica, pero la gran mayoría de museos, exhiben ponchos, chumpis, plumas, tzanzas y wallkas de todos los colores. No se menciona la participación política indígena en la defensa ambiental, pero sí se muestra a los indígenas como sujetos tristes y empobrecidos en representaciones artísticas indigenistas del siglo pasado.
Museos para la confrontación
¿Qué pasaría si los museos ya no fueran lugares para exhibir cosas bonitas y en lugar de ello fueran lugares para la confrontación, el debate, la lectura crítica de sociedad y el pensamiento divergente?
Los museos, en la actualidad, teóricamente ya NO son lugares para contar historias hegemónicas desde una sola versión, ni espacios para la contemplación de cosas bellas, sin embargo, salvo unos pocos casos, los museos continúan exhibiendo de manera lineal objetos y relatos tradicionales que instruyen y no construyen, lo cual no le hace bien a la sociedad, porque nos lleva a folclorizar o idealizar nuestra realidad. De hecho, la mayoría de las personas, en su cotidiano, siguen viendo a los museos como lugares tradicionales para que les cuenten la historia, para ir a aprender cosas, para conocer sobre arte, y en muy pocos casos los ven como espacios para la reflexión crítica, el debate, la discrepancia o el cuestionamiento.
¿Recuerdan hace poco, cuánta indignación ocasionó que un artista español le ponga sombrero de Pikachu a una mujer indígena, ante lo cual se le acusó de tener mirada colonizadora ya que esa persona no sabe de “nuestra” cultura? Parecería que en ese momento, muchos quiteños pudieron demostrar saber que las mujeres indígenas no usan sombrero de Pikachu, porque así no estaba expuesto el traje típico en el maniquí que vimos hace 10, 15 o 20 años cuando conocimos a los indígenas en el Museo Etnográfico de la Mitad del Mundo en Quito en nuestra visita escolar.
Probablemente si los museos fueran espacios críticos, más plurales, enfocados en el debate abierto y el análisis de la realidad contemporánea desde múltiples voces, los ecuatorianos que visitamos el museo recientemente o hace 15 años, supiéramos que las personas pertenecientes a pueblos y nacionalidades indígenas no son foto de postal. Supiéramos que algunos usan poncho y otros usan corbata, que algunos son líderes políticos, otros abogados; entenderíamos que hay artistas, campesinos, administradores de empresas o chefs; reconoceríamos que son nuestros compañeros de aula o de trabajo, y no piezas de museo; y, reconoceríamos que históricamente y hasta la actualidad son personas ecuatorianas que cotidianamente enfrentan violencia racista, porque nuestra sociedad, consciente o inconscientemente, sigue siendo racista, tema del cual no se habla en los museos.
Defendiendo el imaginario que nos dejó el museo desde nuestra infancia
Tal vez si los museos tradicionalmente no nos hubiesen mostrado la diversidad cultural de forma folclorizada, podríamos darnos cuenta que las mujeres indígenas bordadoras de Llano Grande (a las que defendimos de Pikachu) son quiteñas. Y que si ellas salieran a cerrar la Panamericana en medio del paro nacional, no son indígenas invadiendo Quito, sino vecinas quiteñas protestando cerca de su casa y en su ciudad.
Pero me parece que en las exposiciones permanentes de los museos de Quito poco o nada se habla sobre la presencia de decenas de comunas indígenas en la ciudad. Más allá de una vitrina de muñecos con los trajes típicos de los indígenas del Distrito Metropolitano en un museo, o un mapa de las comunas indígenas de este territorio en una exposición temporal que duró unos tres meses, no recuerdo que se incluya a las comunas indígenas quiteñas como parte de ningún relato museológico permanente… Espero equivocarme, y reconozco que varios museos en Quito si están trabajando actualmente con líneas de museología crítica y museología social, generando propuesta que tienen pertinencia contemporánea y social, como es el caso, por dar un ejemplo, del Museo de la Ciudad de Quito y sus proyectos curatoriales comunitarios.
Pero esos museos con los que nos relacionamos y crecimos hace 10, 15 o 20 años, e incluso muchos museos en la actualidad, han dejado en la mayoría de la población ideas equivocadas de lo que es cultura, patrimonio y diversidad cultural: tan solo piezas expositivas de museo...
Por eso hoy, cuando se allana un espacio cultural, no vemos la gravedad de que la cultura, el patrimonio y los museos puedan ser invadidos por un poder hegemónico. Incluso nos asusta imaginar que los museos y espacios culturales puedan tener postura política propia, porque los vemos como espacios para la belleza y la contemplación: solo para las cosas bonitas. No nos cabe la idea de que sean espacios de activismos, con propuestas sociales, con voz crítica, abiertos a la confrontación y el debate. Lastimosamente, allanar un espacio cultural no parece ser un problema en el imaginario de la gran mayoría de quiteños hoy, quienes crecieron con la idea de que los museos son lugares para exhibir cosas bonitas y que es mejor cerrarlos cuando las cosas no están en calma y cuando hay riesgo de que los espacios culturales tomen una postura autónoma.
Y claro, entre las cosas bonitas de nuestro imaginario museal, mantenemos vivo el recuerdo de esos ponchos colgados en el Museo Etnográfico de la Mitad del Mundo (al que todos fuimos en la visita escolar). Recordamos esos trajes indígenas exhibidos sin rostro, sin voz y sin identidad propia. Esa exposición que resulta ser para los adultos quiteños, el referente de su infancia que marca del lugar que ocupan los pueblos y nacionalidades indígenas del Ecuador: estar en un museo estáticos, sin voz, siendo el patrimonio inmaterial del que los ecuatorianos estamos orgullosos.
Por ello, en tiempos de convulsión social, los museos son pertinentes: pero los museos críticos, los que toman postura, los que no se dejan allanar, los que tienen voz... Afortunadamente en Quito hay unos cuantos museos que en estos días han dejado escuchar su voz.
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