Irrumpir en el espacio público y salirse del lugar común es normal para un artista urbano, pero que lo haga una institución cultural pública de este país resulta espectacular...
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Parece que los quiteños estamos tan adoctrinados para pensar que las instituciones culturales gubernamentales tienen la potestad y el deber de decidir qué se muestra y qué no se muestra cuando se trata de arte, cultura y patrimonio, que no somos capaces de darnos cuenta que, el pasado 16 de mayo, lo que hizo el Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito (IMPQ), fue sencillamente presentar una obra plástica de autoría del artista urbano español Okuda San Miguel, quien normalmente en sus obras incorpora personajes globalizados de la cultura pop, sin ser la primera vez que este artista incluye a Pikachu en uno de sus murales.
Pero la verdad es que se siente que la ciudadanía esperaba que el IMPQ censure, controle regule y apruebe la manifestación plástica de un autor (como ha ocurrido tanto en este país), dando las directrices de lo que debe representar a fin de que responda a una estética y una iconografía ‘adecuada’ para hablar de los pueblos indígenas y las gestas libertarias. Ideas anquilosadas de nuestras percepciones identitarias caducas a través del nacionalismo que ni siquiera logramos entender de que se trata, en un país que vive un permanente tambaleo, y que por lo tanto se pone a la defensiva frente a cualquier indicio de hibridación cultural.
Ayer, el Instituto Metropolitano de Patrimonio decidió dar un paso distinto a lo que acostumbran las instituciones públicas y presentó a la ciudadanía este mural contemporáneo, mientras que otras entidades culturales públicas (no todas), bajo la gran consigna de la celebración del bicentenario, están haciendo simpáticas alegorías a las batallas, llenando sus paredes de románticos retratos de hombres con trajes militares, soberbias marchas entre bandas de guerra, y, sobre todo, promoviendo un caduco y nocivo patriotismo.
Se podría decir que fue un valiente salto al vacío del IMPQ, sabiendo que vivimos en una sociedad mojigata que se siente amenazada y ofendida frente a una propuesta disruptiva que ha sacado a la luz la falta de educación artística que tenemos en la ciudad, donde solo las virgencitas barrocas, los retratos militares y los indígenas que sufren, son consideradas dignas representaciones del arte que nos identifica como ecuatorianos, estancándonos en una crítica que parece sacada de los años 70.
¿Acaso no hemos aprendido que solo sacudiéndonos un poco logramos crecer y transformar la institucionalidad cultural para dejar de vivir en una ciudad del siglo pasado? Me alegra percibir que el IMPQ sí lo tiene claro.
Recordando algunas censuras quiteñas
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Pocos recordarán cuando en el año 2003 el Museo de la Cuidad desestabilizó la sacralidad y el elitismo de ‘lo culto’ en el museo, cuando propuso el proyecto "Divas de la Tecnocumbia". Fue la propia directora del museo quien oficializó la censura impulsada por los medios de comunicación y ciertos representantes del Municipio de Quito. Fue desde la cabeza del museo que se canceló la exposición y concierto cuando la gente por primera vez en la historia hacía fila para entrar a un lugar que antes no sabía que existía. Ese día (hace casi 20 años) el museo le cerró las puertas a la comunidad por sus gustos demasiado populares, y trasladó la exposición y concierto "Divas de la Tecnocumbia" a la Plaza 24 de Mayo, percibida como un lugar más apropiado para lo ‘poco culto’ (justamente el lugar donde hoy se ubica el tan criticado mural de Okuda San Miguel).
Pero tiempo después, tras la experiencia fallida y con la capacidad reflexiva de sacar provecho de ese primer intento de transformación de los museos, afortunadamente hoy el Museo de la Ciudad es otro.
Y ya que estamos hablando de murales, como olvidar aquel “Milagroso Altar Blasfemo” pintado en la terraza del Centro Cultural Metropolitano, que en 2017 causó horror a los mojigatos habitantes de la ciudad de Quito encabezados por sus concejales, quienes son capaces de regresar a ver a otro lado cuando se trata de denunciar vergonzosos actos de corrupción, pero que cuando vieron que unas artistas feministas pintaron un mural cuestionando, denunciando y visibilizando crudas realidades de abuso por parte de la Iglesia, acudieron prestos a censurar parte de una exposición de arte, que además mediaba con mucho profesionalismo y cuidado esta obra, a fin de evitar que los fieles, sin consentimiento y conocimiento de causa, se expongan frente a esta sensible escena.
Pocos días les duró dicha censura que se quiso justificar en el falso argumento de atentado contra el patrimonio, pero que para los promotores de la censura se trataba de un atentado contra la moral católica de esta fervorosa ciudad colonial. Ciertamente, hoy el Centro Cultural Metropolitano se atreve a hacer mucho más al momento de generar su programación cultural, educativa y expositiva, mientras guarda bajo una capa de pintura blanca al Milagroso Altar Blasfemo que nos recuerda escondido, que irrumpir contra lo establecido es ‘justo y necesario’.
Los indignados hijos del yugo
Tantos años después, y cómo si nada hubiésemos aprendido de las experiencias, entre ayer y hoy el mural del artista español Okuda San Miguel ha recibido una tonelada de críticas por parte de los quiteños, incluso de artistas locales. Notando que la mayoría de las críticas se suscitan tras haber sentido que se han tocado otras sacralidades del pueblito quiteño: el patriotismo y el folclor romántico.
Y aunque este mural que recientemente el Instituto Metropolitano de Patrimonio ha traído a la luz a la ciudad, seguramente no tiene la magnitud transformadora del proyecto “Divas de la Tecnocumbia”, o que parece que podría llegar a tener el “Milagroso Altar Blasfemo”, estoy segura que si existirá un impacto social tras el sacudón mediático que ocasionó esta obra. Una propuesta artística que ni siquiera es tan disruptiva en su contenido, pero que en este pequeño poblado es apuntada con por miles de dedos porque ha permitido al artista trabajar con libertad, reflejando su estilo y autenticidad, y que molesta por haber incluido, en diálogo con una representación de mujeres indígenas, a un Pikachu como ícono de la cultura pop, el cual está presente en varias de las obras del artista.
Un mural deslegitimado por la crítica social al no estar relacionado con las fechas patrias, ante lo que me imagino que hubiese sido más acertado pintar el cuerpo desmembrado del héroe niño Abdon Calderón (igualmente impreciso a nivel histórico que Pikachu), lo que habría generado una gran aceptación por parte de tantos ‘indignados hijos del yugo’ quiteños.
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Sin censura política también ha sido posible
Al ser este el primer mural de un proyecto denominado “CamiARTE: ruta a la libertad”, del IMPQ, que busca la recuperación y resignificación de varios espacios públicos en un trayecto que va desde la Plaza 24 de Mayo hasta la Cima de la Libertad (donde supuestamente se libró la batalla de independencia), siento que su impacto será importante en la convocatoria pública que se realizará a fin de intervenir otros espacios públicos de este trayecto con murales artísticos. Marcar el inicio de este proyecto con una obra que causó polémica al otorgar libertad creativa a su autor por parte de la institucionalidad cultural municipal, constituye una garantía para que las propuestas de los artistas urbanos locales que se seleccionen en el proyecto CaminARTE sean libres, auténticas y únicas, ya que los artistas que decidan postular, sentirán que pueden proponer temas abordados desde su libertad creativa y estilo artístico propio.
Tengo mucha expectativa por la convocatoria pública a artistas urbanos locales CaminARTE que claramente no estará marcada por una agenda política donde los postulantes se esfuercen por que su propuesta deje de ser suya, y se vuelva más elegible para los fines políticos de la institución que la financiará, como ha ocurrido en innumerables ocasiones con los fondos públicos de ‘fomento’ al arte y la cultura.
Me alegra enormemente que la institución municipal encargada del patrimonio cultural de la ciudad deje de ver con ojos romantizados al patrimonio, y le diga a la ciudad, de frente y sin miedo, que hay una amplia diversidad de formas de entender y representar la diversidad cultural, específicamente en este caso, mostrando que una propuesta artísticas urbana pop, transgresora y global, también debe y puede ser exhibida en el espacio público si nos entendemos como una ciudad plural, contemporánea y mundializada.
¿Y si rompemos el canon? (aunque sea un poquito)
No importa si estéticamente nos gusta o no nos gusta la obra de Okuda San Miguel. Bien nos puede disgustar su estética o su temática, y nos puede parecer innecesario el Pikachu, todo ello lo podemos decir a viva voz, sabiendo que hace rato que el arte dejó de ser el canon de la belleza y la perfección que a todos debe gustar. Pero una cosa es no gustar de una obra artística, y otra muy distinta es reclamar que no se presente una imagen que represente ‘nuestra historia y cultura’ tal como nos han enseñado en el Terruño y otros tantos libros de texto escolares, o en las propagandas oficiales del gobierno que muestran las caras sonrientes y romantizadas de personas de pueblos y nacionalidades indígenas.
Lo más destacable de todo esto, es que el IMPQ con este mural, nos puso a debatir, y volvió a sacar a la luz que en este pequeño poblado quiteño nos falta mucho para ser una metrópoli como nos gusta imaginar que somos.
Pero estas incomodidades, al menos nos hacen caminar uno que otro pasito hacia adelante si es que logramos mirarnos críticamente y logramos romper algunas taras del patriotismo y la identidad nacional del siglo XIX, las que se consolidan en una celebración libertaria que demuestra que llevamos 200 años transitando en un proyecto político y ciudadano fracasado.
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